miércoles, 28 de junio de 2023

Iter criminis

Tenía las manos situadas delante. Mi espíritu era el director de la obra. A ritmo de El Ingeniero, cantaba: ¡Exacto, salgo a la tarima y causo impacto, salgo intacto de la batalla...!

Mis manos enérgicas lanzando rayos a los árboles, haciendo honor a los versos, mientras el camino iba abriéndose paso, cuando de golpe, se produjo el encuentro. Bajaba de lo alto un hombre montado en una bicicleta, a una alta velocidad. Me hice a un lado para dejarle pasar, se fue acercando por el otro lateral, redujo ligeramente la velocidad y entonces procedimos a saludarnos como se saluda en esas condiciones. Ambos hicimos el mismo saludo. 

Vestía para la ocasión. Venía de hacerlo. Llevaba una braga de color verde latino que le cubría toda la parte inferior del rostro, la barbilla, las orejas y el cuello. Los ojos los tenía cubiertos de unas gafas de sol. Todo su pelo estaba cubierto. Iba con chándal, no se le podía reconocer en absoluto.

Pero ambos nos saludamos y sabemos quiénes somos. Al menos, sabemos de dónde venimos. O, mejor dicho: los dos sabíamos que no éramos de allí.


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