viernes, 22 de julio de 2022

Sobre el obrar bien (1)

De nuevo, ante la erosión de las velas. El viento atravesando las ventanas en forma de temblor. Se propaga la lluvia en mi imaginación, se oyen gritos de fondo. Antes de salir, se prepara, sabe que nunca volverá. Ha llegado el momento de la despedida. Por última vez discute con el traidor que se hace pasar por él detrás del espejo y acaban los silencios rotos. 

Qué esperar cuando la despedida es eterna. Cuando no hay advertencia previa. Hay algunas cosas en la vida que no se pueden explicar. La historia de las buenas y malas personas. Algunas de mis anteriores circunstancias vieron crecer un dolor entumecido, apenas libre, envuelto de la esperanza, como los territorios sureños. De ahí que las visiones tengan el hábito de terminar en el mismo lugar de reencuentro, donde apenas podemos enunciar palabra.

Qué decir de la maldad... la conozco muy bien. Esa corrupción que invade a las almas de los seres humanos, y que más que reducir sus expresiones a intereses o a voluntades dogmáticas, origina grietas, permite que se quemen los bosques internos, explota en las caídas, descifra enigmas. Pero qué método de encriptación de mensajes divinos es aquél cuya percepción de la realidad está basada en su propia autodestrucción, sin propósito ni gloria algunos. 

Qué decir de la bondad... creo conocerla. Los recién nacidos tienen esa energía de apertura y espontaneidad. Cuántas veces nos hemos referido a la pureza de las experiencias cuando solamente queremos volver a lo que fuimos. Pero los hombres buenos están ahí, igual que las buenas mujeres y esposas. Lo que ocurre con la bondad es un fenómeno sin precedentes. Mientras la malicia humana descarga su ira en la tempestad de lo transparente, en lo fuerte de lo inmediato y en la configuración de ideologías, la bondad queda reducida a los gestos de reacción.

Cuántas veces hemos oído las expresiones magnánimas de autoalabanzas y alzamientos, en su gran mayoría de individuos, que se quieren conocer como lugares únicos, dentro de una infinitud por ellos mismos desconocida. Consejos vitales como "ámate a ti mismo", "ahora es tiempo de dedicártelo a ti mismo", "no te han sabido valorar, eres único/a". Son sin duda mensajes con resonancia en los tiempos que vivimos, publicados anónimamente en el infinito de lo digital. Ya perdidos en ese horizonte sin límites, llamado individualidad, se sienten interpelados por mensajes anónimos. Cuando la bondad no entiende de individualismos y requiere de los otros para ejecutarse.

Que seamos o no buenas personas es una cuestión de responsabilidad moral. Sobre la moralidad de nuestra concepción de realidad todo lo podríamos decir y todavía no habríamos colmado ese vértice. Pues entiende de moralidad quien se concibe como moralmente crítico y termina desechando la moralidad quien, en el esfuerzo de liberarse de las ataduras que la sociedad impone sobre el sí mismo, encuentra satisfacción en una región residual de reconocimiento. Ambas son reacciones, no pertenecen a los órdenes superiores de tratamiento.

Reflexionando sobre la bondad, tal vez entendida como el "hacer el bien" y no tanto como "el bien", encontraríamos algunos puntos de partida interesantes. Podemos sentirnos cómodos con algunas de nuestras acciones, sin por ello convencemos de que estamos obrando bien. Quien se encuentre dominado por la ira sentirá comodidad al ejercer acciones violentas, con independencia del objeto de destino de las violencias. Sobre el papel de la reflexión en la constitución del "obrar bien" deberíamos distinguir entre aquellos momentos de realización o ejecución de la acción, y el resto de momentos posteriores donde conviene, por algún motivo, reflexionar sobre lo ocurrido.

Casi que obrar haciendo el bien es una composición de lugar suficientemente espontánea como para ser concebida a través del actuar espontáneo. Parece que no es tan relevante la reflexión en este tipo de cuestiones, si queremos concebir el obrar bien como obrar naturalmente bien, en tanto que obramos a consecuencia de una síntesis instintiva, de una suerte de pulsión animal. Podemos estar obrando bien matando a alguien en estado de miedo insuperable y al mismo tiempo preparando un regalo con suficiente antelación a una persona, con ánimo de hacerle trasladar un recuerdo, un bienestar. 

Digamos que nuestra acción "buena" puede ser realizada en mayor o menor medida con algún contenido de reflexión. Quizás en otro lugar podamos reflexionar sobre las relaciones entre la reflexión como abstracción y la bondad como valor. Aquello que resulta interesante y que podemos destacar por encima de otras cuestiones, cuando hablamos de las buenas obras, es la vinculación con los deseos y la consecución de las finalidades espontáneas de nuestra animalidad. Dejamos a un lado la corrupción crónica de la sociedad en la configuración de las necesidades. Ello nos conduciría a equívocos irresolubles en la materia.

Pensar y hacer, escribir y pensar, hacer el bien por naturaleza. Querer que las cosas se expandan, procurar el enaltecimiento de lo bello y tener una cierta relación con la decadencia, quizás de enseñanza, como si los corruptos tuvieran que ser alumbrados. Antes que actuar desde la compasión, es preferible situarse rígidamente desde la dominación y orientarse a los corruptos, sin por ello dejar o urgir ejercer un dominio. Quizás las antiguas compasiones se dirigían a la estabilidad de las energías y a las síntesis, en lugar de posicionar concepciones de realidades y ejercer desde el engaño una lucha de fuerzas. Es muy probable que esta predisposición haya sido alterada por el estado de corrupción de la sociedad.

En cualquier caso, la compasión contiene una posición de determinación sobre la realidad del otro, cuya dominación es evidente y sentenciadora. Por esta razón, compadecerse de otra persona es un acto ciertamente convulso, que muy poco tiene de hospitalidad y demasiado de hostilidad. A través de la realidad dominante se induce al "pobre de ánimo", o, diríamos en términos sociales, al "inestable emocionalmente", a reducir su concepción de la realidad y enfrascarla en el recipiente que en ese momento se le ofrece -la realidad del agente presuntamente dominante-.

La posición del maestro y de la enseñanza libre entiende de la diversidad de fuerzas. Comprende que algunos estados son más peligrosos que otros, y, que en estados de emergencia, la dominación es una buena herramienta seductora. Quizás como norma general podría valernos esta predisposición a escuchar qué tiene que decirnos el reclamador, desde la realidad íntegra y disputada, para hacer lugar al intercambio. Interferir, escuchar y hacer llegar las impresiones. Esto sería lo más cercano a obrar bien con el más necesitado.

Con el igual se obra bien cuando se obra natural. A diferencia del estado anterior, donde incidimos en aquellos momentos de intercambio y reducimos el nivel de espontaneidad para ganar en prudencia, con ánimo de declarar la rigidez de nuestra realidad en el intercambio de impresiones, en esta ocasión encontraríamos espontaneidad y naturalidad. Es posible que sea la expresión más natural del contacto y del obrar bien, en su máxima expresión, siendo coincidente con la cordialidad y con conversaciones de apenas 5 o 10 segundos.

Como el intercambio se realiza de una forma tan espontánea, a través de un cruce de miradas o de una mera declaración animal de intenciones, se obra naturalmente. 

Sobre el obrar bien con los corruptos de espíritu, hablaremos en otra ocasión.

Gracias por leer. 

Bon voyage

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