domingo, 19 de septiembre de 2021

Para ti

Sé que vas a leer este texto. Por eso te lo escribo, es el único medio de comunicación del que ahora mismo disponemos.

Quiero que sepas que hay una razón principal que organiza y mueve la distancia. No la vas a encontrar mirando a tus circunstancias, ni tampoco especulando sobre las mías. Puede que te acerques a ella si investigas acerca de la imposibilidad de hacerte llegar mis mundos. Al no poder trasladarte ninguna de mis reflexiones internas, no te llega el modo a través del cual expreso tanto mi cariño como el dolor que me acompaña, ambos frutos de los desencuentros. 

Con la contestación "No hay nada que decir para quien no quiere escuchar" se deja entrever cuál es el movimiento inicial de tu reacción: el juicio confrontado. De la confrontación nos beneficiamos, siempre y cuando no gire en torno a la destrucción del vínculo de manera perpetua; he sentido tu desaparición durante muchos meses y en demasía, y sé que la magnitud del dolor no te ha llegado, ni tampoco es realmente posible que te acabe llegando. Para tratar de paliar ese efecto, te quiero mostrar, en el único lenguaje que dispongo, cuáles son los efectos de las desapariciones.

Acostumbrado a sentir la fractura de una vida sin familia, y viviendo mi familia, aprendes que hay algo mucho más doloroso, relacionado con la pérdida, que la muerte definitiva de un ser querido. Algo que no saben quienes alardean de erudición, es que no hay muerte más dolorosa que la que permanece. Te estoy hablando del sentir la muerte más de dos, tres, cuatro, cinco e incluso seis veces, todas con la misma intensidad. Créeme cuando te digo que no hay sufrimiento más grande que el traslado de ese estado de desaparición perpetuo al ámbito del 'yo' y de la única vida que yo dispongo.

Por eso las muertes personales familiares me han conducido a perderme y aproximarme al abismo del suicidio. La idea de la desaparición completa de mi existencia terrenal, como ya te comenté en algunas ocasiones, es placentera para personas como yo. Aquí se trata de emplear cualquier mecanismo que tengamos para justificar el sentido de una vida ya condicionada por unas pérdidas cronificadas en el tiempo; y en eso soy experto, créeme que hasta el último día de mi vida mantendré la integridad de una vida forzada, eso es, forzada a ser.

Cuando hago experiencia de la pérdida de tu ser, se apodera de mí un demonio antiguo, procedente de la antigua legión de ángeles. Nos conocemos tanto que podríamos caminar el uno al otro, de un mundo a otro, sin guías, solo con la antorcha de la presencia. He aquí lo que yo he conocido de él: que él sabe de mi victoria, por los designios de una protección elevada, a la que rindo pleitesía, y de la cual no puedo convencerme en mi totalidad. A la que espero retornar de manera completa para terminar de despedirme, cuando sea el momento, de la forma que sea procedente.

Dentro de este mundo imaginario, del que tu no partes, pero del que en cierta medida formas parte, encuentro vestigios de las antiguas voces. Algunas de las palabras todavía resuenan en mí, en llantos callados, que tú nunca has escuchado. No menosprecio tu sentir, ni tu sufrir, es más, menciono en este momento tu sentir, para acompañarte en la suspensión del constante comparar y juzgar ambas corrientes vitales. Me miras a los ojos y comprendes.

Yo no decido irme de tu camino, tú, al parecer, tampoco decides voluntariamente irte del mío. Pero yo entrego todo, hasta el punto, de no haber retorno. Y sé, que por mucho que tú entregues, a tu manera, entregamos de manera diferente. Debido a las naturalezas, no a los caminos, nos acercamos en un momento de la vida y nos alejamos en otro. Pues si fueras realmente capaz de saber los mundos que desaparecen nada más irte, querrías conocer, estoy seguro, al menos una imagen superficial del primero de todos ellos.

Soy una persona natural por naturaleza. Quiero tener a una mujer para mí, con quien hacer una familia y disponer de una total seguridad. Alzar un imperio con La Persona afín, y a precio de conseguir el propósito que me fue encomendado al nacer -visible en el actuar natural de mi Ser-, sacrifico de manera voluntaria el deseo de permanecer contigo. Lo hago porque yo voy a crear una dirección de realidad y aquella persona que me acompañe debe querer acompañarme. Su realidad será dentro de mi realidad, su mundo dentro de mi mundo, eso es lo que está predestinado.

Me gustaría que entendieras que no rechazo tu indisponibilidad. De hecho, no me parecería desajustada tu reacción del comentario o expresión "No hay nada que decir para quien no quiere escuchar", si mi voluntad hubiera estado dirigida por influencias de ruptura. El Sol se muestra por el primero de los rayos, el llanto por la primera lágrima, el amor por el primer cosquilleo. Por eso, tu comentario, que empieza juzgando, termina siendo juzgado, con la misma moneda.

Yo también te querré siempre y con quien quieras estar. Ahora déjame que acepte con naturalidad los designios, y si en un futuro nuestros caminos se reencuentran, veremos si ha desaparecido el muro de cemento que te impide tanto ver mi mundo como percibir la altura de mi dolor.

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