martes, 1 de junio de 2021

Escrito II

    Desde aquí todo se intensifica. Prueba de ello es el contrafenómeno del diálogo. Mientras hablamos estamos prestando la mínima atención a lo que nos rodea, y aunque no prescindamos del horizonte del mundo, pues permanece siempre ahí ejerciendo su influencia decisiva en el intercambio, en el diálogo se da la comunicación a través de la Einfühlung. En general, a través del contacto intersubjetivo que coloquialmente denominamos compartir, sea su objeto una reflexión, una idea, una expresión de afecto o un dar y recibir, se está afectivamente predispuesto, independientemente de la forma que en cada caso figure la afección. Nos sentimos a nosotros mismos a través del otro que está ahí frente a nosotros cuando no estamos solos, pero, ¿qué hay ahí cuando el otro no está? ¿Acaso se puede hablar de soledad desde la ausencia del otro? ¿O puede describirse fenomenológicamente este contacto originario desde su manifestación, independientemente de si antes haya o no haya estado el otro?

Podríamos resolver esta suerte de paradoja naturalizando la ausencia del otro y sometiéndola, desde el nivel primario de aproximación, el más genuino, es decir, el metodológico, a la imposición de un régimen eidético, forzando el fenómeno a dar una batería de resultados formalizados, sin anclaje pasivo. Ello comportaría forzar una completa desconexión del fenómeno con respecto a la posibilidad de su misma aparición, causando la remisión del acontecer al estadio eidético formal impidiendo así las sucesivas virtualidades del estadio genético de la pasividad, causando, efectivamente, la imposibilidad de su captación. Si procedemos de este modo caemos en el error psicologista de atender al fenómeno de la soledad desde el régimen de la esencialidad de la ausencia como nota constitutiva del fenómeno. Dicho de un modo más descriptivo: una vez ejecutadas las reducciones la exploración del fenómeno nunca podría rebasar el horizonte de ausencia del otro. Esto tendría consecuencias determinantes para el análisis descriptivo; por un lado, todos los elementos metodológicos del examen propiamente fenomenológico que constituyen la actitud filosófica nunca podrían llegar a rebosar el horizonte que se abre tras la suspensión, ya que el campo noemático no ha sido trascendido –el haber tenido contacto con el otro sigue estando ahí– y la actitud filosófica, con todos sus elementos, no sería capaz de anular esas notas impresivas temporales originadas por la experiencia del otro. Estar solo, en este sentido, sería no estar acompañado, habiendo tenido contacto con el otro previamente. En el ejemplo del buen salvaje que no ha tenido contacto con el otro, resultaría muy difícil apreciar ese tipo de soledad. Al no haber experienciado ese contacto de sentir-al-otro no puede haber soledad en este sentido naturalista. Otra de las consecuencias sería el carácter cultural del fenómeno de la soledad, configurado por el historial de vivencias de ausencia del otro en el sentido más artificial de la reflexión, es decir, como artefacto, como constructo que se ha ido sedimentando en el seno de nuestra historicidad y que remite, en última instancia, a la cultura.

A propósito de estas reflexiones debemos retroceder a ese estadio originario de manifestación del fenómeno gracias a la epojé y quedarnos, por el momento, ahí, frente a su modo de dación. La cuestión se torna más compleja en el caso, por ejemplo, del andar por una calle de la ciudad de Barcelona. Al andar por la calle y estar envuelto de personas tenemos contacto directo con ellas desde la perceptividad. ¿Pero estamos teniendo un contacto lo suficientemente empático como para denominarlo Einfühlung? ¿Acaso es posible hacer experiencia de la soledad envuelto de gente? Desde la distancia afectiva –y paradójicamente estando cerca del otro espacialmente– hago experiencia de tantas personas a un ritmo tan acelerado, que parece tornarse enormemente complejo ejecutar una Einfühlung. De alguna manera estoy siendo arrojado a la ausencia del otro siempre desde la distancia del sentir-al-otro, pues hay contacto corpóreo con miradas, pequeños golpes, igual que la proyección espacializada del andar para no caer en la carretera y sufrir un daño, termina siendo un reflejo de esos individuos agregados que ni se conocen ni parecen tener vínculos afectivos entre sí. Esto nos retrotrae, no obstante, a la fenomenología de la distribución espacial, con el correspondiente “ceñirse a” la manera en que el cuerpo vivido puede diseñar una arquitectónica topológica a través de la cual andar. Con mayor intensidad ocurre en una persona que se haya tornado ciega, arrojada a rearticularse vivencialmente en el espacio, sin el elemento, ahora, de los escorzos perceptivos y la intencionalidad horizóntica. 

 


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